Hay dos fotogramas en la memoria de
Isaac Revah que se mantienen intactos: el día que derramó en el fango la
leche azucarada con pastas que suministraban a los niños de Bergen
Belsen una vez por semana; y el ladrido del perro que el jefe de campo
paseaba, cada día a las 6 de la mañana, entre las filas de prisioneros
alineados en el patio. A esa hora, la de "la llamada", era momento para
el recuento de los que poblaban el campo de concentración nazi situado
en Baja Sajonia (Alemania) y en el que murieron alrededor de 50.000
personas.
"Con nueve años no entendía por qué ocurría aquello, los
adultos nos lo ocultaban. Si hasta nos daban cursos de biblia y clases
de matemáticas para mantenernos distraídos. El agua caliente de la ducha
[donde también gaseaban a los prisioneros] nos reconfortaba, por eso no
entendía que mi padre deseaba que saliéramos rápidamente de allí. Ahora
entiendo su mirada cada vez que salíamos de la ducha", contaba ayer
Revah, en un español cervantino pero suave acento francés, en el café de
un céntrico hotel madrileño, un día antes de ser el invitado de honor
por la Asamblea de Madrid para relatar su testimonio como superviviente
del Holocausto -en el que murieron más de seis millones de personas - en
el mismo día que se cumplen 66 años de la liberación de Auschwitz.
Nacido
en Salónica (Grecia) en 1934, Isaac Revah pertenecía a una familia de
judíos sefardíes que tras el estallido de la II Guerra Mundial pidió
asilo al gobierno español. Fue uno de los 367 "privilegiados" que las
fuerzas alemanas trasladaron a Bergen Belsen, como medida provisional,
en agosto de 1943 - 48.000 judíos de Salónica fueron deportados al campo
de exterminio de Auschwitz - donde Benico Revah, su padre, Suzanne
Aruch de Revah, su madre, Lela Soedaï, su hermana de 4 años, y un sinfín
de tíos y primos permanecieron siete meses esperando un billete al otro
lado de los Pirineos: "Cogimos el tren hacia Bergen Belsen vestidos con
ropa estival, pensando desde el inicio de nuestro viaje que el verano
era una época en la que el clima de España era displicente". Un tren de
ganado en el que "entre 60 y 80" en cada vagón, según recuerda Revah, y
en unas condiciones "difícilmente soportables": sin comida durante los
siete días de trayecto y sin agua para todos. No mucho mejor de las
barracas en las que compartía cama con su padre y el tifus con sus
vecinos de litera, además de "un líquido negro llamado café, y unas
legumbres por la tarde".
Su Oskar Schindler particular - el
industrial alemán que salvó la vida de 1.200 judíos del exterminio nazi
durante la II Guerra Mundial - fue Sebastián de Romero Radigales, Cónsul
General de Atenas entre 1943 y 1944, que intercedió para su salida del
campo de exterminio nazi el 7 de febrero de ese último año, en plena
guerra: "Cruzamos Alemania y Francia en vagones de tercera, desde donde
vimos ciudades destrozadas, hasta llegar a Barcelona. De ahí conseguimos
llegar hasta Palestina, cuando estaba bajo mandato británico y en 1948
nos trasladamos a la capital francesa".
Doctor en Física por la
Universidad de París, a finales de los años sesenta trabajó un año para
la NASA y tras su vuelta a Francia ha estado estrechamente vinculado a
la agencia espacial francesa (CNES, en sus siglas en francés), además de
ser director ejecutivo del Comité de Investigación Espacial (COSPAR, en
sus siglas en inglés) y académico de ciencias. Revah ha pasado toda su
vida mirando al cielo, pero tiene los pies en la tierra. Cree en "la
voluntad franca de paz" en el conflicto de Oriente próximo, pero también
en una Palestina "para los palestinos" y un Israel "para los
israelitas"; recela del auge del antisemitismo en Europa, y de la
actitud cada vez más políticamente correcta y "parecida" de los
gobiernos de izquierdas y de derechas en temas de inmigración; además,
considera "justa y necesaria" la Ley de Memoria Histórica,
consecuentemente, como víctima de un genocidio: "El Estado debe asumir
sus responsabilidades y recompensar a las víctimas y familiares que han
sufrido una tragedia como una guerra".
Una tragedia, la del
Holocausto, que parece no haber ido con él. Isaac Revah, a sus 77 años -
y tras perder a toda la familia por parte de su madre en una de las
marchas de la muerte desde Bergen Belsen hasta Auschwitz - en definitiva
se siente un privilegiado: "Siempre pienso que he sufrido menos que
otra gente que pasó por el mismo campo. Cada vez que digo esto, tengo
amigos diciéndome: "¡Basta ya!".
http://www.elpais.com/articulo/internacional/entendia/padre/deseara/salieramo...
ah pues como para llorarle y darle simpatìa a estos judìos mentirosos y la industria del holocausto
MrGeraldino250 hace 1 año
EL ANTISEMITISMO NO ES BIENVENIDO EN ESTE CANAL
korrontoarenaurka en respuesta a MrGeraldino250 (Mostrar el comentario) hace 1 año